LA INTERCULTURALIDAD COMO FUENTE DE ESPIRITUALIDAD
1.LA INTERCULTURALIDAD:La interculturalidad va mucho más allá de la coexistencia o el diálogo de culturas; es una relación sostenida entre ellas. Es una búsqueda expresa de superación de prejuicios, del racismo, de las desigualdades y las asimetrías que caracterizan al país, bajo condiciones de respeto, igualdad y desarrollo de espacios comunes.
Una sociedad intercultural es aquella en donde se da un proceso dinámico, sostenido y permanente de relación, comunicación y aprendizaje mutuo. Allí se da un esfuerzo colectivo y consciente por desarrollar las potencialidades de personas y grupos que tienen diferencias culturales, sobre una base de respeto y creatividad, más allá de actitudes individuales y colectivas que mantienen el desprecio, el etnocentrismo, la explotación económica y la desigualdad social.
La interculturalidad no es tolerarse mutuamente, sino construir puentes de relación e instituciones que garanticen la diversidad, pero también la interrelación creativa. No es solo reconocer al "otro" sino, también, entender que la relación enriquece a todo el conglomerado social, creando un espacio no solo de contacto sino de generación de una nueva realidad común.
La interculturalidad está sujeta a variables como: diversidad, hegemonía cultural, política y económica de países y regiones, definición del concepto de cultura, obstáculos comunicativos como el idioma políticas. integradoras e integracionistas de los Estados, jerarquizaciones sociales, sistemas económicos exclusionistas y que sustentan hegemonías ideológicas mediante la discriminación, así como diferentes niveles de desconocimiento entre grupos culturales de los mecanismos sociales y políticos para el ejercicio de derechos civiles, como diferencias en el ejercicio de los derechos humanos y de género.
El concepto de interculturalidad apunta a describir la interacción entre dos o más culturas de un modo horizontal y sinérgico. Esto supone que ninguno de los conjuntos se encuentra por encima de otro, una condición que favorece la integración y la convivencia armónica de todos los individuos. Cabe resaltar que este tipo de relaciones interculturales supone el respeto hacia la diversidad; aunque es inevitable el desarrollo de conflictos, éstos se resuelven a través del respeto, el diálogo y la concertación.
2.Interculturalidad y educación:
La interculturalidad es una dimensión que no se limita al campo de la educación, sino que se encuentra presente en las relaciones humanas en general como alternativa frente al autoritarismo, el dogmatismo y el etnocentrismo. Sin embargo, la búsqueda de sociedades más democráticas y plurales supone procesos educativos que afirmen y proporcionen experiencia de vivir en democracia y de respeto a la diversidad. Como educadores tenemos una responsabilidad ineludible.Luis Enrique López, afirma que, la interculturalidad en la educación aparece estrechamente ligada al nuevo espíritu de equidad y calidad que inspiran las actuales propuestas educativas, superando así la visión igualitarista que predominó en el escenario social latinoamericano desde la llegada de las primeras oleadas liberales al continente. Nos dice que la interculturalidad en la educación supone un doble camino: hacia adentro y hacia fuera y que una de las direcciones necesarias a las que debe dirigirse un proyecto educativo intercultural, particularmente cuando se trata de pueblos que han sido objeto de opresión cultural y lingüística, (como los nuestros) es precisamente hacia las raíces de la propia cultura y de la propia visión del mundo, para estructurar o recomponer un universo coherente sobre el cual se pueda, luego, cimentar desde una mejor posición el diálogo e intercambio con elementos culturales que, si bien ajenos, son necesarios tanto para sobrevivir en el mundo de hoy cuanto para alcanzar mejores niveles de vida, usufructuando aquellos avances y desarrollos científico - tecnológicos que se considere necesario.
La educación intercultural, debe entenderse en un proceso pedagógico que involucra a varios sistemas culturales. Nace del derecho individual y colectivo de los pueblos indígenas que conlleva, no solo gozar del derecho a la educación como todos los ciudadanos/as, sino también, el derecho de mantener y cultivar sus propias tradiciones, cultura, valores, pero también de la necesidad de desarrollar competencias interculturales que permitan a cualquier ciudadano de cualquier lugar del país pertenezca este a la cultura hegemónica o no, a poder convivir democráticamente con los otros.
Una manera de pensar una propuesta de educación intercultural es abordándola desde los diferentes ámbitos de acción, sea éste hacia uno mismo y sus pertenencias (identidad), hacia el otro (convivencia), o hacia el mundo referencial (conocimiento). (Curso: Creación de espacios interculturales en contextos educativos multiculturales).
IDENTIDAD:
Es el lugar de las “pertenencias” del individuo. El objetivo en ese campo es lograr que los educandos asuman con libertad sus pertenencias y tradiciones valorándolas, y sean capaces de establecer entre ellas un vínculo fecundo e innovador.CONVIVENCIA:
Es el ámbito de la interacción con el otro, del “vivir juntos”, de los derechos de la exigibilidad; es el ámbito en el que se construye una “ciudadanía intercultural”. El desafío de una educación intercultural en ese campo es lograr que los educandos generen una ética de la reciprocidad, en los diversos circuitos en los que interactúan.CONOCIMIENTO.
Es el ámbito del conocimiento del mundo referencial. Hay diferentes formas de percibir el mundo, de conceptualizarlo y representarlo. El desafío de una educación intercultural en ese campo es romper la lógica de una sola fuente y forma de conocimiento.La interculturalidad supone la búsqueda de relaciones positivas entre personas de diferentes culturas, ello supone el encuentro de un YO (nosotros) con un OTRO (los otros), para que este encuentro se lleve a cabo en el marco de relaciones positivas se ha tenido que trabajar en lo que Xavier Albo llama “los dos polos necesarios” la identidad (desde el yo) y el reconocimiento del otro (alteridad). Mi identidad se define por los compromisos e identificaciones que proporcionan el marco u horizonte dentro del cual yo intento determinar, lo que es bueno, valioso, lo que se debe hacer, lo que apruebo o a lo que me opongo. En otras palabras, es el horizonte dentro del cual puedo adoptar una postura. (Taylor, Charles). Lo que entendemos por “identidad”, se trata de “quien” somos y “de dónde venimos”, constituye el trasfondo en el que nuestros gustos y deseos, opiniones y aspiraciones, cobran sentido.
El reconocimiento de la propia identidad supone echar raíces hacia adentro. Empieza en el reconocimiento y aceptación de la propia personalidad, del “yo”, pero tiene enseguida su expansión social natural al sentirse parte de un grupo social básico de referencia, de un “nosotros” compartido entre varios. El fortalecimiento de esta identidad grupal cultural es el punto de partida indispensable para cualquier relación de interculturalidad positiva. Es particularmente necesario trabajar en esta auto identificación cultural en el caso de los miembros de las culturas subordinadas.
La revalorización cultural es un aspecto fundamental de la interculturalidad, pues solamente en la medida en que las culturas tradicionales refuercen su autoestima grupal, será posible una relación de horizontalidad democrática y no de verticalidad dominante con la cultura de la sociedad envolvente.
Bien asentada la propia identidad hacia adentro, el otro polo es hacia fuera, es decir, la actitud de apertura, respeto y acogida hacia los otros, que son distintos por venir de culturas distintas, quizás incluso desconocidas. No se acepta a alguien simplemente por ser “mejor”, ni se lo rechaza por ser “peor”, sino que, por principio, se lo acoge con apertura a pesar de ser distinto y quizás desconocido (Albó, Xavier).
En el campo del conocimiento se da un conflicto entre el conocimiento consagrado en el ámbito escolar y los saberes locales, excluidos y menospreciados. Un enfoque intercultural se abrirá a indagar sobre los saberes, valores, y prácticas locales, a fin de incorporarlos en el trabajo cotidiano. Esa apertura hacia lo local también debe incluir el conocimiento de la historia. La incorporación de los saberes, valores y prácticas locales no se limita a la identificación de los saberes previos de los alumnos, sino que merece un espacio de trabajo definido en el cual se explore su significado y aportes. Ese espacio educativo deberá ser debidamente contextualizado recuperando escenarios y formas de aprendizaje locales (Tubino).
La educación en general debe ayudar a relativizar las propias concepciones y abrir el camino a la perspectiva pluralista e intercultural de la que hablamos. Sin embargo, este proceso no es fácil, pues la educación no está terminando de cumplir su promesa. En lugar de abrir las mentes al respeto por el pensamiento del otro, fortalece el dogmatismo cuando exige del alumno la mera repetición de memoria de las “verdades” escritas en los libros y proclamadas como eternas por los profesores (Zuñiga y Ansion).
Tenemos, los educadores, en principio que reconocer el carácter cultural de nuestro trabajo. Esta generación del vínculo que supone el educar no se da en espacios aislados, sino dentro de determinados contextos y situaciones reales de vida, dentro de un contexto cultural altamente significativo, porque da sentido a todo cuanto el niño, niña o adolescente, en general los sujetos, aprendemos. Esta situación exige un rol mediador, entre un enorme bagaje de conocimiento local y universal, de manera que no se imponga una sola fuente cultural, una sola forma de comprender el conocimiento, una sola lengua.
Pero como la interculturalidad es una propuesta que trasciende la escuela, los cambios en la escuela requieren de un acompañamiento desde otras esferas de la vida social. La escuela por si sola no puede transformar la sociedad. La educación y la escuela constituyen factores y agentes importantes de cambio social, pero las modificaciones que ellas introduzcan deben necesariamente ser acompañadas por otras transformaciones que también promuevan y ejerzan esa interculturalidad que la educación busca y a la vez fomenta (Lopez) en otros ámbitos de la vida nacional.
Esta interculturalidad nos plantea un proyecto de sociedad distinto al actual y a los educadores el reto de construir la escuela para esa sociedad, una escuela que enseñe a pensar, a sentir, no solo a ejecutar, una escuela que ayude a descubrir que hay otros que piensan diferente, a aceptar que no hay una verdad única, una escuela que haga mujeres y hombre sensibles, que conozcan la visión histórica - y la actual- de la construcción de las desigualdades, que se involucren en solucionarlas, una escuela que haga hombres y mujeres democráticos, felices y libres. Todo esto puede quedarse en un prolongado discurso o puede empezar a convertirse en práctica, lo que suceda dependerá estrictamente de nosotros.
3. ESPIRITUALIDAD EN INTERCULTURALIDAD
a) La sospecha de las culturas minoritarias
Comencemos diciendo que no vamos a hablar de “inculturación”, sino de un nuevo concepto que ya hace años la viene remplazando: la “INTERCULTURALIDAD”. Las culturas ajenas a la “cultura cristiana” han terminado sospechando del contenido colonizador que tiene el concepto de “inculturación”. Basta esta sospecha, para no correr el peligro de construir una espiritualidad a partir de un concepto sometido a la crítica. De nada nos serviría una espiritualidad bajo la sospecha de ser taimadamente opresora. Porque, a la hora de la verdad, de esto acusan las culturas minoritarias a la iglesia católica en su propuesta de “inculturación”.b) Un examen de los contenidos de la inculturación
Las mejores definiciones que se han dado de inculturación contienen estos tres elementos:1. La acción por la cual el evangelizador asume la cultura del evangelizado;
2. La acción por la cual el evangelizado asume los principios del Evangelio traído por el evangelizador;
3. La acción por la cual la cultura queda renovada por el Evangelio.
Frente a estos tres elementos caben preguntas.
1°. Respecto al evangelizador que asume la cultura del evangelizado: ¿Es necesario para que haya evangelización que el evangelizador foráneo asuma la cultura del pueblo evangelizado donde llega? ¿Las culturas evangelizadas le exigen esto al evangelizador foráneo? Cuando el evangelizador foráneo no asume la cultura del evangelizado, ¿queda por esto mal realizada la evangelización? ¿Es posible que un evangelizador asuma en todos los aspectos una cultura que no es la suya? Cuando veamos qué es cultura, seremos más conscientes del problema.
2°. Respecto al Evangelio que es asumido por el evangelizado: ¿El Evangelio ofrecido, está libre de las limitaciones de la cultura en que fue escrito, o de la cultura del que lo está ofreciendo en determinado momento histórico? ¿Por qué olvidar que el Evangelio que anunció Jesús ya no nos llega en estado puro, sino mediatizado por la cultura de sus redactores, por las culturas de sus hermeneutas a lo largo de la historia y, por último, por la cultura del último evangelizador que lo presenta?
3°. Finalmente, respecto a la cultura que queda renovada por el Evangelio: ¿No hay aquí el peligro de imponer principios que no siempre son evangélicos, como si lo fueran? ¿No se está queriendo imponer la religión del evangelizador más que las verdades del Evangelio? ¿Se puede aceptar, a ciegas, que las verdades relativas de una religión primen a toda costa sobre las verdades históricas de una cultura? Cuando pensamos que una cultura queda renovada, ¿pensamos realmente en los valores netamente evangélicos, o en los valores que la religión evangelizadora presenta?
c) La visión romántica de la inculturación
En fin, la inculturación tiene tal cúmulo de interrogantes, que siempre estará sometida a la sospecha de ser una mediación remozada por la antropología religiosa, pero que en el fondo apunta a acciones de conquista o colonización. De hecho, a pesar de toda la belleza y fascinación que tiene la inculturación, cuando ha llegado la hora de los conflictos, la iglesia oficial ha defendido e impuesto su verdad sobre las de las culturas, y ha defendido de nuevo ser la poseedora de la verdad, desvalorizando y relativizando la verdad o las verdades de las culturas minoritarias.Por lo mismo, dejaremos la visión romántica de que el evangelizador, cuando humildemente entra en contacto con la cultura del otro, descubre bellezas de todo género que lo enriquecen espiritualmente. Este mundo espiritual tan poético queda pervertido cuando llegan los momentos en que la cultura del otro, por algún motivo, es considerada inferior. Abandonarnos acríticamente a la inculturación sería aceptar la posibilidad de convertirnos en saqueadores espirituales de las culturas, sin valorar o respetar esa misma cultura que ha producido esas bellezas que en algún momento nos entusiasman. Es decir, cosechamos las bellezas que producen las culturas, pero desvalorizamos la cultura que las produce. ¿Cómo se llama esto? Hacemos, con sus debidas proporciones, lo mismo que siempre han hecho conquistadores y colonizadores: se enamoraron de las bellezas indígenas y negras, pero nunca les dieron reconocimiento a sus personas y culturas; por el contrario, las trataron como algo inferior: ¿qué nombre le ponemos a esto?
d) Evitar una espiritualidad sin claridad en su objetivo final
En conclusión: le estamos diciendo no a la inculturación, como fuente de espiritualidad, por el peligro que tiene, no tanto en su definición -que es muy hermosa- sino en la práctica concreta de la misma, que fácilmente nos puede llevar a ser unos explotadores taimados de las culturas. La práctica católica de la inculturación, mientras no reconozca concretamente la igualdad entre las culturas y, por lo mismo, entre las religiones, no se podrá acercar a ambas con intención pura o con conciencia diáfana. Siempre estaremos pensando en la superioridad de lo nuestro, y crearemos una espiritualidad del engreimiento, de la superioridad, del dominio, y estableceremos disimuladamente unas relaciones espirituales de sabios a ignorantes… de poseedores de la verdad a poseedores de falsedad… de superiores a inferiores... ¿No es esto lo que muchas veces hemos hecho y, si se quiere, continuamos haciendo en la práctica? ¿Y qué tipo de espiritualidad es esta?e) Superar el temor de aceptar la verdad de los otros
Considerar iguales a otras culturas y otras religiones, es difícil hacerlo, mientras consideremos a dichas culturas y las religiones que nacen de ellas, como mediaciones de poder. Pero, es fácil hacerlo, si las consideramos como mediaciones teológicas (mediaciones de espiritualidad), fruto del Espíritu que inhabita a todos los seres humanos. A nadie se le puede ocurrir pensar que el Espíritu de Dios es más grande o más verdadero en una cultura que en otra. La verdad que tanto nos preocupa a los católicos y que tenemos miedo que nos la arrebaten, depende de nosotros mismos. Ya es noción vieja en la filosofía y en la teología que la verdad existencial no está en las cosas, sino en la mente de quien conoce dichas cosas. Somos nosotros quienes llenamos de verdad a todos los conceptos o definiciones con que llamamos o definimos las cosas y las personas. Por eso el ser humano tiene tantos nombres y tantas definiciones para Dios. Cada cultura tiene no una, sino varias o muchas definiciones de Dios.4. LA POSIBILIDAD DE LA ESPIRITUALIDAD DE LA “INTERCULTURALIDAD”
a) Qué es interculturalidad
Interculturalidad es sencillamente seguir la opción dinámica de la historia que lleva a las culturas a relacionarse entre sí, reconociéndose, respetándose y enriqueciéndose mutuamente, sin ninguna intención de conquista o avasallamiento. Es hacer de la dinámica cultural una mediación de mutuo crecimiento, aceptando el proceso evolutivo de humanización, del cual forma parte la verdad.Llevar esta definición a la vida espiritual, es por una parte enriquecer nuestro espíritu con lo bueno que descubrimos en el otro, y por otra parte es ofrecerle al otro aquello que creemos lo puede hacer crecer en su proceso de humanización, convencidos de que todos podemos ser llevados a una justicia mayor, a un amor mayor, a una verdad mayor.
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