HISTORIA DE LA RESISTENCIA EN EL ABYA YALA
1.-MOVIMIENTOS ANTICOLONIALES.-
Si bien las rebeliones o movimientos anticoloniales más conocidos desde la resistencia de Vilcabamba (1533-1572) los encontramos a mediados del siglo XVIII, a saber las de Juan Santos Atahualpa y Túpac Amaru II, no significa que durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII no hayan surgido y desarrollado diversos movimientos rebeldes de pequeña escala o localizados. Y en este caso, la diversidad es un término por demás adecuado, pues los movimientos anticoloniales hasta antes del de Túpac Amaru II resaltan por sus diferentes reivindicaciones, composiciones sociales, características de liderazgo, ubicación y desarrollo.Así, tenemos el movimiento del mestizo Ramírez Carlos en 1620, la rebelión de los indios de Larecaja y Omasuyos en el Alto Perú en 1623, el levantamiento de Tucumán en 1632, y luego el de Pedro Bohórquez en la misma localidad en 1650, la intentona de Gabriel Manco Cápac en 1667, el levantamiento de Fernando Torote y de su hijo en la selva peruana alrededor de 1724 hasta 1737, la rebelión de Alejo Calatayud en Oropesa en 1730, y la conspiración de Juan Vélez de Córdoba en Oruro en 1739, entre otros. Poco después, en 1742, Juan Santos Atahualpa puso en aprietos por casi una década al estado virreinal, lo cual sólo sería un presagio de un movimiento más articulado y de gran escala, como lo fue el de Túpac Amaru II.
Si bien fueron numerosos los levantamientos, éstos se caracterizaron por su focalización, desorden interno, desorganización, pugnas y desgaste al no articular sus demandas con las de otras zonas y así avivar las intentonas rebeldes. En la mayoría de los casos, la Corona aplastó las rebeliones y ejecutó a sus líderes incluso antes de que se iniciaran. Paradójicamente, las noticias de estos levantamientos o intentonas calaron hondamente en el imaginario social colonial, provocando un sentimiento de inseguridad latente. Es por ello que muchas de las intentonas, por más que se trataron de simples arengas y conspiraciones vacías, hayan sido aplastadas con severidad por las autoridades virreinales.
El estudio de las rebeliones indígenas del siglo XVIII ha devenido en uno de los debates historiográficos más fructíferos de las últimas décadas.
2.-UN SIGLO DE REBELIONES ANTICOLONIALES
PERÚ Y BOLIVIA 1700-1783
Tomando como base una muestra de 140 revueltas y rebeliones que estallaron en el siglo XVIII en el virreinato del Perú, incluyendo el Alto Perú, se identifican tres coyunturas rebeldes o nudos de intranquilidad social donde se aglutinaron los movimientos sociales. La primera coyuntura ocurre durante el gobierno del virrey marqués de Castelfuerte (1724- 1736) como resultado de su incisiva política fiscal de revistas y ajustes del tributo y la mita luego de la epidemia que azotó el sur andino en 1720. La segunda coyuntura tuvo lugar luego de la legalización del reparto de mercancías del corregidor (1751- 1756), que desembocó en una álgida competencia entre las autoridades locales (corregidor, doctrinero, cacique, hacendados, obrajeros) sin llegar a cuajar en una rebelión de envergadura. La tercera y última coyuntura se produjo durante la puesta en vigor de las reformas fiscales borbónicas, llevada a cabo por el visitador José Antonio Areche, a partir de 1777. Esta coyuntura culminó con la gran rebelión o rebelión de José Gabriel Túpac Amaru II que tuvo un carácter regional delimitando el circuito comercial Cuzco- Potosí que cubría el amplio territorio del sur andino peruano y llegando a articularse con la insurrección liderada por el líder aymara Julián Apasa Túpac Catari en Charcas. De esta manera la rebelión de Túpac Amaru aparece como la culminación de un proceso de revueltas menores, por un lado, y de una acumulación de presiones económicas y fiscales, de otro. Sin duda, la gran rebelión fue un movimiento de masas sin precedentes en Hispanoamérica durante el período colonial y sus alcances políticos a través de la prensa tuvieron connotaciones continentales y, posteriormente, un fuerte impacto a nivel europeo.A lo largo del siglo XVII, el descontento y la situación de opresión ejercida sobre algunos sectores sociales provocó una serie de protestas, tanto pasivas como activas. Las protestas pasivas se manifestaron en juicios, peticiones en juzgados y una serie de reajustes que mantuvieron una tranquilidad relativa. Las protestas activas fueron las conspiraciones, levantamientos y rebeliones, pero en la mayoría de los casos se focalizaron en problemas puntuales y de corta duración. Vale la pena recalcar, sin embargo, que las diversas formas de protesta abarcaron, en su momento, a casi todos los sectores sociales. Desde los españoles peninsulares, como el caso de Pedro Bohórquez: español que convenció a sus seguidores de que era descendiente de los incas y que organizó un levantamiento en Tucumán; hasta los mestizos, que en su mayoría lideraron levantamientos y rebeliones.
Otra característica general de la protesta social activa fue su articulación en ciertos sectores geográficos que albergaban circuitos comerciales o productivos, o en donde su población tuvo un mayor grado de organización. Por ejemplo, la zona del Alto Perú y toda su red comercial, que comprendía la sierra sur peruana, fue un foco de levantamientos constantes. Así como también la sierra de Lima y la zona de las misiones franciscanas en la selva peruana. Estas protestas se debieron a que las zonas comercialmente más desarrolladas se vieron afectadas por las constantes presiones fiscales y laborales ejercidas por la Corona. Sobretodo a partir de las Reformas Borbónicas. De la misma forma, estos fueron los motivos que provocaron movimientos más grandes y articulados, llegando hasta la rebelión de José Gabriel Condorcanqui.
En cambio, en las zonas marginales de la selva, donde los misioneros franciscanos y jesuitas eran los únicos representantes del estado virreinal, los levantamientos respondieron más a la tradicional combatividad de los pobladores de la zona y al descontento originado por la obligatoriedad de la prédica cristiana y por los trabajos forzados para la manutención de la institución eclesial.
En cambio, en el resto del territorio y la población funcionó, con relativo éxito, un régimen de inclusión social, aunque con una diferenciación interna marcada. De esta manera, el nuevo estado colonial pudo desarrollarse sobre el vasto territorio dejado por los incas. Este sistema buscó jerarquizar la sociedad y permitir la satisfacción de necesidades y prebendas, por un lado, mientras acentuaba la distinción entre los sectores sociales, divididos en castas. Por eso, una de las mayores dificultades de los movimientos rebeldes fue la de resolver el problema de la diferenciación social virreinal, e incluso la diferenciación heredada desde la época prehispánica: las luchas entre curacas y etnias.
Hay que señalar, que los mecanismos de inclusión y represión del estado virreinal fueron aceptados mayoritariamente por la población, de lo contrario el dominio español sobre sus colonias no hubiese podido sostenerse durante cuatro siglos. La división de los líderes y la atomización de los movimientos rebeldes no se debieron únicamente a los mecanismos represivos e ideológicos españoles, sino que además estos líderes y movimientos no fueron capaces de establecer un discurso articulado con los diversos sectores sociales y geográficos. Además, luchaban solo por reivindicaciones menores y contra personajes específicos (autoridades menores), siendo así fáciles de reprimir.
Un elemento aparte en el estudio de la protesta social viene desde el campo de la historia de la ideas, y es el referido a la "utopía andina". Postulada por el historiador Alberto Flores-Galindo en 1987, la utopía andina hace referencia al pasado incaico como la génesis de los movimientos indígenas, incluyendo también a mestizos y criollos. La tesis, que es discutida académicamente hasta el día de hoy, ha contribuido a que se tome en cuenta no sólo los factores políticos y económicos de las revueltas, sino también las ideas e imaginarios que construyeron los diversos sectores de la sociedad virreinal. Si bien es evidente que la idea del incanato no fue la misma para los criollos que para los indígenas, ni fue la misma en el siglo XVI que en el XVIII, no se puede dejar de lado la referencia al pasado como elemento cohesionador, y que fue un factor utilizado por diversas culturas a los largo de los siglos, y sin el cual, cualquier estudio socio-histórico quedaría incompleto.
3.-LOS LEVANTAMIENTOS INICIALES del siglo XVIII
La historia del Siglo XVIII virreinal es un relato de rebeliones anticoloniales. Las más conocidas, las de Juan Santos Atahualpa (1742-1752) y la de Túpac Amaru II (1780-1782), han recibido gran atención de parte de los investigadores, pero no se han dejado de lado otros levantamientos de importancia relativa que completan la coyuntura rebelde del siglo XVIII. Hasta la fecha se han identificado 100 movimientos diferentes entre rebeliones, levantamientos y conspiraciones a lo largo de ese siglo, pero futuros estudios y la utilización de nuevas fuentes podrían duplicar esa cifra.La primera coyuntura rebelde del siglo XVIII la encontramos durante el gobierno del virrey Castelfuerte (1726-1737). Había un intento por incrementar las arcas de la Real Hacienda mediante la mita minera y el tributo indígena. Si bien es cierto que la producción minera de Potosí se recuperó a partir de la década de 1730, sus métodos no se renovaron y se siguió basando principalmente en la explotación de mitayos, sin ninguna innovación tecnológica que aliviara su carga. Una de las características más importantes de esta primera coyuntura es la ausencia de líderes mesiánicos, tomando en cuenta la importancia posterior del tema, sobre todo en el caso de Atahualpa y de Túpac Amaru II.
Otra característica importante de esta primera etapa es que los movimientos no llegaron a tener gran envergadura ni presentaron planes muy elaborados. Buscaban sobretodo conseguir objetivos inmediatos. Una tercera característica destacable es que estos movimientos pedían reivindicaciones o cambios solo parciales dentro de las estructuras coloniales de poder, y hasta juraban lealtad al rey de España. Hubo rebeliones cuyo grito de lucha fue "Viva el Rey, muera el mal gobierno", demostrando el carácter fidelista e inmediato de la coyuntura rebelde. Quizá trataban de evitar que las autoridades virreinales les imputaran el cargo de "lesa majestad", que acarreaba la pena de muerte.
Las dos rebeliones de 1730, la de Cochabamba y la de Cotabambas, se produjeron en directo rechazo a las revisitas que ahora incluían a los mestizos para los efectos de las mitas. Esto no solo afectaba a los mestizos, también perjudicaba a los terratenientes, pues iban a ver reducida su mano de obra. La rebelión de Cochabamba, en Bolivia, se inició en noviembre de 1730 y comprendió a indios, mestizos, criollos y curas liderados por el mestizo platero Alejo Calatayud. Esta rebelión buscaba cambiar la naturaleza del corregidor, al exigir que fuese un criollo quien ocupase el cargo. El movimiento fue reprimido con crueldad y su líder ahorcado el 31 de enero de 1731, junto a once participantes. La rebelión de Cotabambas (Cusco), también en 1730, se inició con el asesinato del corregidor de dicho pueblo por parte de un grupo de indios y mestizos, que reclamaban contra el sistema de repartos y el incremento del sistema de mitayos.
4.-JUAN SANTOS ATAHUALPA Y DE JUAN VELEZ DE CORDOBA
Uno de los movimientos más importantes antes del de Juan Santos Atahualpa fue la conspiración altoperuana de Oruro (1738-1739). Fue liderada por el criollo Juan Vélez de Córdoba y apoyada por Eugenio Pachacnica, cacique de Oruro, y por los plateros y artesanos del lugar, que tenían intereses en la mina de Potosí y en todo el movimiento comercial que producía. La importancia del movimiento radica en su manifiesto de agravios (1739), siendo así uno de los primeros movimientos con un plan político elaborado y considerado por algunos como el primer programa político del siglo XVIII. En él se propone la ausencia de corregidores, que los alcaldes debían ser criollos y que ellos debían nombrar al revisitador. Además, se mencionaba en dicho manifiesto que los españoles peninsulares cometían una serie de abusos y agravios, tanto a los criollos como a los mestizos e indígenas, aun siendo todos legítimos dueños de la tierra. También aluden a las mitas mineras de Potosí y Huancavelica, y a la gran distancia que los separaba de las Audiencias, donde se ventilaban los procesos judiciales. El carácter principal del documento es conseguir una alianza entre criollos, mestizos e indígenas, llegando a proponer una restauración del imperio de los Incas. En él se justifica la rebeldía por la opresión en que se hallaban diversos los sectores sociales, debido a los abusivos cobros y discriminaciones. Sin embargo, el documento es contradictorio en sus planteamientos de cambios en el ámbito político, pues dice claramente que no buscan cambiar radicalmente la estructura política virreinal, sino tan sólo abolir la mita, los repartos y los impuestos. Es decir, la conspiración que nunca llegó a llevarse a cabo en el fondo, jugaba dentro de las reglas del coloniaje, conservando la fidelidad al Rey. Así, el anuncio de la restauración incaica no pasaría de un método para conseguir el apoyo de la población indígena, sin la cual el movimiento sin duda fracasaría.La importancia a largo plazo del manifiesto de Oruro es que las exigencias de su programa serían tomadas en cuenta por muchas de las rebeliones posteriores del siglo XVIII, incluyendo la de José Gabriel Condorcanqui, con el que las similitudes son diversas. La conspiración de Oruro habría influido de manera diferente a la de otros movimientos de gran envergadura y duración, sobretodo en el campo de las ideas políticas, que provocaron cambios en el imaginario de los indígenas y resquebrajaron la tranquilidad del virreinato peruano, como fue el caso de la rebelión de Juan Santos Atahualpa.
La rebelión de Juan Santos AtahualpaApu Inca Huayna Cápac se desarrolló en la selva central, entre los departamentos de Huanco, Junín, Pasco y Ayacucho. Fue una de las más importantes del siglo XVIII, no sólo por su larga duración (1742-1752), sino también por su propuesta mesiánica y sus éxitos militares.
Acercarse a la vida de Juan Santos Atahualpa es, sin embargo, un misterio. De él es poco lo que se sabe a ciencia cierta y abundan las especulaciones sobre su educación, orígenes e inclusive la fecha y circunstancias de su muerte, hechos que contribuyen a darle una imagen de leyenda. Indio o mestizo, Juan Santos nació en el Cusco o en un poblado de las cercano, unos treinta años antes de liderar la rebelión, alrededor de 1712. Estudió con los Jesuitas en el Cusco y gracias a ellos viajó por España, Francia, Inglaterra y Angola. Se dice también que además del castellano y el quechua, hablaba el latín y varios dialectos selváticos.
LA SELVA CENTRAL
La zona donde Juan Santos empezó su levantamiento tiene una importancia particular. El Gran Pajonal, ubicado en Tarma, en la selva central, fue un centro de misioneros franciscanos dedicados a evangelizar a las etnias selváticas, así como también de algunos buscadores de oro. En esta región y durante esa época se descubrieron grandes depósitos de sal, que fueron rápidamente explotados por los españoles, utilizando la fuerza de trabajo de la zona, con los conocidos maltratos de la mita colonial. También hay referencias de maltratos por parte de los misioneros franciscanos y sus rígidas reglas, que además no hacían nada contra los abusos de los empresarios de la sal. Otro factor de descontento fueron las enfermedades que traían y que diezmaban a la población aborigen.Hacia mediados del siglo XVIII los franciscanos habían logrado establecer unas 32 misiones de trescientos habitantes cada una: en total unas nueve mil personas. Otro dato importante es que la selva central fue una zona de constante intercambio de productos y de personas. Principalmente coca, frutas, madera, sal, algodón y otros productos valiosos. La movilización de personas de diferentes orígenes se intensificó, ya que los misioneros y terratenientes llevaban consigo sirvientes y trabajadores serranos, negros y mestizos. Además de estos grupos controlados, hubo otro contingente de disidentes, provenientes principalmente de la sierra, aunque no exclusivamente indios, que encontraron en la selva central una zona de refugio ideal para esconderse de las autoridades. Para mediados del siglo XVIII, estos grupos no controlados tenían una población que sumaba probablemente varios miles.
Por ello es que la llegada de Juan Santos Atahualpa al Gran Pajonal en mayo de 1742, con su mensaje anticolonial, fue muy bien recibida y logró organizar en poco tiempo un contingente de casi dos mil personas. La proclama de Juan Santos, quien aseguraba ser descendiente de los últimos incas, consistía en la expulsión de los españoles del Perú y sus esclavos negros, dejando a los indios, mestizos y criollos en el territorio, a la vez que proponía el retorno al imperio de los Incas, pero sin dejar por completo algunos rasgos culturales ya interiorizados por la población, como el cristianismo. Otro rasgo heterodoxo de su proclama es que la coronación del nuevo Inca no sería en el Cusco, centro de poder por excelencia del antiguo imperio, sino en Lima, la sede política colonial. Rápidamente, surgió en el movimiento un componente mesiánico, en la función del líder como salvador mítico y reorganizador del mundo, y milenarista en su propuesta de cambio del cosmos.
-LA REBELION
Juan Santos estableció su cuartel general en el Gran Pajonal, luego de destruir 25 misiones franciscanas y expulsarlos de la selva central. Rápidamente, el virrey Marqués de Villagarcía mandó expediciones militares en 1742 y 1743, dirigidas por Pedro Milla y Benito Troncoso, integradas por soldados profesionales, enviados del Callao y por milicias reclutadas en Tarma y Jauja. Los españoles fueron derrotados gracias a una estrategia militar adecuada para el terreno del monte: la guerra de guerrillas. La estrategia de emboscadas fue utilizada por los hombres de Juan Santos durante los diez años que duró el movimiento, sumando a esto la toma de algunas ciudades importantes por algunos pocos días, lo cual, si bien no significaba ningún éxito militar a largo plazo, sí calaba hondo en la moral de los españoles y conseguía difundir los logros del movimiento en amplias zonas del virreinato, mientras hacía aumentar el sentimiento de inseguridad. En la expedición de 1743, los españoles establecieron un fuerte en Quimiri (La Merced), pero fue destruido por los rebeldes el 1 de agosto, consiguiendo después la toma del Valle De Chanchamayo.Durante el mandato del siguiente virrey, José Antonio Manso de Velasco (1745-1761), veterano de la guerra de indios en Chile, se mandaron nuevas incursiones bajo la comandancia del prestigioso general José de Llamas. Le fueron asignados 850 hombres, que fracasaron en 1746, y luego repitieron la derrota en 1750, en la zona de Monobamba. En ambos casos, la estrategia de emboscadas logró diezmar a los españoles lo suficiente para hacer fracasar la empresa.
Luego de estas victorias de Juan Santos es que su movimiento realizó la acción militar más importante hasta ese momento, al tomar los poblados de Sonomoro y Andamarca en 1752, la zona más cercana a la sierra a la que logró llegar la rebelión. Al parecer, se buscó tomar la región de Jauja y establecer una cabecera de playa desde la cual organizar un ataque final a Lima, con la ayuda de las poblaciones serranas que se habrían plegado al movimiento. Sin embargo, advertido de un contraataque de las fuerzas coloniales, dejaron el pueblo tan sólo dos días después de haberlo tomado.
Para ese entonces, los españoles ya habían optado por una nueva estrategia defensiva. Se basaba en convertir a Jauja y Tarma en bastiones militares para evitar que Juan Santos alcanzara la sierra y que su movimiento influyera en una zona articulada con la capital, lo que hubiese comprometido el abastecimiento de alimentos a Lima. También se quería evitar que el fenómeno escalara a un levantamiento panandino. Así es que se dispuso utilizar cinco compañías de infantería y caballería, apoyadas por milicias locales y patrullas de la región. Y el virrey designó a militares profesionales como corregidores de la zona. Sin embargo, las fuerzas españolas y rebeldes nunca se volverían a enfrentar.
El movimiento de Juan Santos Atahualpa, luego de la toma de Andamarca, se diluyó hasta desaparecer, y se dice que su líder murió luchando contra un curaca local en Metraro, alrededor de 1756.
- CONSECUENCIAS Y BALANCE DEL LEVANTAMIENTO
Hacer un acertado balance del movimiento de Juan Santos Atahualpa ha generado muchos debates en la historiografía contemporánea. Los debates se basan en las posibilidades reales que pudo haber tenido el movimiento para articular un espacio más amplio y de mayor importancia (si hubiese tomado Jauja y Tarma en la sierra central), y el porqué del fracaso de su intento. Otro espacio para la discusión se da sobre el carácter del levantamiento: si el movimiento fue de carácter marginal y no significó una amenaza real a los intereses virreinales, por lo cual se le dejó existir por un espacio de diez años; o si más bien fueron las constantes derrotas militares y la imposibilidad de debelarlo lo que sustentó la duración del movimiento, limitando las acciones españolas a su cerco y aislamiento. Y si fue este aislamiento lo que a largo plazo provocó su desaparición, no sin antes haber mantenido en zozobra una amplia zona selvática, fuera del control español y de la influencia misionera, muchas décadas después de finalizada la rebelión.Si bien es evidente que el movimiento de Juan Santos tuvo una naturaleza y desarrollo diferentes al de la mayoría de movimientos anticoloniales del siglo XVIII, sobre todo de los que se ubicaron en zonas comercialmente articuladas y de gran importancia para el virreinato, no podemos reducirlo a un simple movimiento marginal por su ubicación geográfica y sus reducidos logros militares. Las repercusiones del movimiento fueron mucho más amplias que sus victorias militares. Es evidente que un movimiento que mantuvo una amplia zona fuera del control virreinal y que arrebató ciudades y produjo numerosas bajas en las tropas españolas, tuvo que alarmar a la administración virreinal. Esto se aprecia en la militarización final de Tarma y Jauja y en las numerosas e infructuosas incursiones al territorio controlado por Juan Santos. Por otro lado, durante la década de actividad del movimiento, otras conspiraciones y levantamientos se llevaron a cabo, como el de Huarochirí en 1750, que contribuyeron a socavar aún más la tranquilidad del virreinato.
La imposibilidad de articular un movimiento más amplio en una zona de influencia de importancia, en este caso la sierra central, creemos que se debió a dos factores:
El primero sería la falta de un programa político articulado más allá de los territorios de las misiones franciscanas de la selva central. Allí sí caló rápidamente un discurso mesiánico y milenarista, pero no contribuyó a plegar a sectores de más relevancia política, como curacas o criollos. Ya antes del movimiento de Juan Santos habían existido levantamientos y conspiraciones con programas concretos de reformas virreinales, pero siempre fidelistas al Rey. Algunos incluso ya mencionaban en su discurso el retorno a un pasado mítico, entendido como el imperio de los incas, pero en el fondo proponían cambios concretos. Los etéreos objetivos de Juan Santos Atahualpa no pudieron animar a una zona que era conocida por su combatividad y predisposición a las rebeliones contra laadministración virreinal.
El segundo factor fue la inmensa dificultad para organizar una insurrección serrana de envergadura a mediados del siglo XVIII. Existía por entonces una red de espionaje y clientelaje colonial que permitía a las autoridades aplastar cualquier levantamiento. Es muy común encontrar una gran serie de conspiraciones reprimidas de manera ejemplar, gracias a un soplo o a informantes manejados por la Corona. Incluso se contaba con el apoyo de los curas y de los curacas locales, los cuales ganaban honores especiales y prebendas por su colaboración. Las insurrecciones que más tiempo se planearon fueron las que tuvieron más posibilidades de ser descubiertas, mientras que las más espontáneas, pero a la vez más desorganizadas y débiles, fueron las que concluyeron en rebeliones o levantamientos. La misteriosa desaparición de Juan Santos después de 1752 provocó una serie de rumores populares acerca de una inminente liberación o de una invasión suya al corazón del poder colonial. En Cajamarca en 1753, y en la sierra central en 1756 se difundieron informaciones de la llegada del rebelde y de comunicaciones secretas entre las comunidades y la rebelión. Sin embargo, nunca se volvió a ver a Juan Santos. Su movimiento demuestra, más que su propia marginalidad e insignificancia, que articular un movimiento rebelde en la sierra central acarreaba una serie de dificultades, que iban desde la existencia de pactos con las elites mestizas e indígenas de la zona, como la fortificación y militarización de los poblados. El hecho de que entre el movimiento de Juan Santos y el de José Gabriel Condorcanqui no hayan habido mayores conexiones, evidencia la complejidad de las rebeliones anticoloniales del siglo XVIII.
5-TUPAC AMARU II
El movimiento rebelde de mayor envergadura y trascendencia fue el liderado por José Gabriel Condorcanqui, Túpac Amaru. Asumió este nombre por Túpac Amaru, el último Inca de la resistencia de Vilcabamba. Esta rebelión articuló a sectores sociales muy diversos, desde criollos e indígenas, hasta el clero, gracias al descontento generalizado producido por los ajustes fiscales y presiones sociales de las reformas borbónicas. Sobre todo en las zonas comercialmente más articuladas. Pero hay que mencionar que no es el único factor a tomar en cuenta, por lo cual vale la pena ahondar en la situación del sur andino y del altiplano como contexto al desarrollo de la gran rebelión.
-SITUACION DEL VIRREINATO ANTES DE LA REBELION
La situación del virreinato para la séptima y octava década del siglo XVIII se fue tornando difícil para muchos sectores de la sociedad. Los criollos, ya sean terratenientes, propietarios mineros, hacendados o funcionarios, vieron un cambio en las reglas del juego que les afectaba tanto en sus ganancias como en sus privilegios de asumir cargos y ser los principales gestores de la economía colonial. El aprovechamiento que la Corona llevó a cabo con las reformas borbónicas dejó a las elites coloniales en pugna por los excedentes y la mano de obra restante, la cual debían compartir con el clero.Para la población indígena, sumado a la mita y el tributo, ahora debía lidiar con los repartos de mercancías impuestos desde la década de 1670, pero que se tornaron insoportables en el siglo XVIII ya que la decadencia del comercio trasatlántico llevó a que los comerciantes limeños colocaran sus productos en el mercado interno de manera compulsiva. Esto provocó que la cantidad de horas-hombre empleadas por los indígenas en pagar las deudas de los repartos se triplicaran entre 1754 y 1780. Además la Corona estableció ajustes para incrementar el tributo de la población indígena y la mita minera, siendo el primero incrementado 16 veces entre 1750 y 1820. Para lo segundo, se realizó un nuevo censo en el cual los mestizos, el sector de población que crecía con mayor rapidez, entregaran pruebas de su condición étnica, con lo cual se abría la posibilidad que una gran cantidad de mestizos indocumentados pasaran a trabajar en las minas.
La zona del sur andino y el altiplano boliviano tuvieron un gran intercambio comercial que basaba su centro en la mina de Potosí. La influencia de la mina afectaba comercialmente a puntos tan distantes como el Cuzco o Buenos Aires, y durante el siglo XVII y hasta mediados del XVIII, los arrieros, obrajeros y otros comerciantes habían acumulado gran riqueza y poder. La corona española, en uno de los primeros intentos por recuperar el control económico fiscal, incrementó la alcabala del 2% al 4% en 1772 y luego al 6% en 1776, mientras que se establecieron aduanas por todo el territorio para mejorar su recaudación. Este incremento no sólo afectó a hacendados, obrajeros, mineros, arrieros y artesanos, sino a todo un gran sector de pequeños empresarios, productores y comerciantes, a los que la triplicación del impuesto afectó en sus modestos ingresos.
En 1776, la Corona decidió separar el territorio del Alto Perú del virreinato peruano y lo incorporó al recién creado Virreinato del Río de la Plata, rompiendo así una unidad económica y política que encontraba sus raíces los inicios de la colonia. Las rutas comerciales se vieron comprometidas aún más con la política de libre comercio de 1778, que abrió los puertos americanos al comercio irrestricto con España. La producción textil del Cuzco se vio directamente afectada debido a que la plata potosina salía ahora por el puerto de Buenos Aires y los bienes importados ingresaban al altiplano por el mismo puerto.
Estas medidas afectaron a sectores de la población que no habían tenido motivos de mayor descontento a lo largo del virreinato. Es por ello que las rebeliones a partir de la década de 1770 tendrían un signo característico diferente de las anteriores, la participación de un mayor número de criollos y mestizos. Sin embargo vale la pena dejar en claro que las reformas borbónicas no afectaron de igual manera a todo el territorio del virreinato del Perú, y generaron más descontento en los espacios donde el movimiento comercial o la mita minera se vio afectada o agudizada. También esto configuró de manera clara los planteamientos y reclamos de movimientos como el de Túpac Amaru II, más ligados a la mita, las aduanas o el reparto, a diferencia de otros sectores como el de la sierra central que siguieron levantándose durante la gran rebelión, pero sin plegarse a ella por exigir otras reivindicaciones.
Los levantamientos en la zona del sur andino y el altiplano no se hicieron esperar. En la década de 1770 se llevaron a cabo una serie de revueltas, siendo las más importantes las de Urubamba, La Paz, Arequipa y Cuzco. La de Urubamba, ocurrida en noviembre de 1777, fue directamente en contra del establecimiento de aduanas y del cobro de alcabalas, y se desarrolló en el pueblo de Maras, donde el corregidor -principal víctima de los levantamientos anticoloniales- logró salvarse. La rebelión de Arequipa fue en contra de la recién inaugurada aduana, la cual fue destruida en enero de 1780. En ambas rebeliones se liberaron a los presos de las cárceles, muchos de los cuales cumplían condenas por deudas. En Cuzco la asonada no pasó de una conspiración debelada antes de estallar, pero que prometía un levantamiento general organizado por criollos, indios y mestizos en contra de la recién inaugurada aduana. Muchos curacas ligados a los hacendados locales se plegaron a la conspiración, asegurando la participación de los indios bajo su cargo. El soplo provino de un cura quien rompió el secreto de confesión, y en junio de 1780 los cabecillas fueron ejecutados. Es en ese contexto de descontento y enardecimiento social que se configuró la rebelión de Túpac Amaru II.
-JOSE GABRIEL CONDORCANQUI TUPAC AMARU II
El curaca José Gabriel Condorcanqui nació en 1738 en el pueblo de Surimana, a 90 kilómetros al sudeste del Cusco. Estudió en el colegio jesuita San Francisco de Borja del Cusco y a temprana edad heredó una recua de 350 mulas de su padre que eran utilizadas para transportar mercaderías a Potosí, tierras, haciendas cocaleras e intereses mineros. En 1777 tuvo que viajar a Lima para defender en un litigio su posición de Curaca de Pampamarca, Tungasuca y Surimana, y de descendiente de Túpac Amaru I. En Lima aprovechó para presentar una serie de peticiones a las autoridades, entre ellas que se le concediera un título de nobleza hispano y que se exonerara a los indios de sus curacazgos de la mita de Potosí. Todos sus pedidos fueron rechazados. Al parecer la visita a Lima fue clave para que José Gabriel se empapara de las nuevas ideas de la Ilustración y de los acontecimientos internacionales, como la independencia de los Estados Unidos. Además tuvo acceso a lecturas como los Comentarios reales de los incas de Garcilaso de la Vega, reeditada en 1722 y una de las fuentes principales de lo que historiadores han llamado una especie de nacionalismo neoinca o de utopía andina. La lectura de los Comentarios reales de los incas fue esencial para que en muchos curacas de mediados del siglo XVIII aflore un sentimiento de reivindicación ante las acciones restrictivas y prohibitivas de las reformas borbónicas, al exigir que se les devuelvan sus derechos corporativos que consiguieron con los Habsburgos.Este discurso se vio empatado con ideas milenaristas del pueblo indígena, el cual creía en el retorno del Inca como un ser salvador, ligado al mito de Inkarri en el cual el inca Viracocha regresaría para restaurar "el tiempo de los incas" representado en una utopía de justicia y armonía. En otras rebeliones a lo largo del siglo XVIII el milenarismo ha estado muy presente en los imaginarios de los rebeldes, y muchos de sus líderes fueron considerados esta figura del Inca redentor. Las visiones utópicas en la rebelión de Túpac Amaru II fueron parte muy importante del discurso de la dirigencia, sobre todo para reclutar un gran contingente indígena que era el que más simpatizaba con este tipo de discursos. Un ejemplo claro de esto es el redentor nombre que asume José Gabriel Condorcanqui en alusión directa al último de los Incas de Vilcabamba -otro inca rebelde- con un componente de dinastía real europeizada, pues los Incas nunca repitieron sus nombres en sus sucesores. Pero también fue utilizado otro tipo de discurso y programa político más puntual y concreto que permitió que criollos y mestizos se plegaran al movimiento, al declararse en contra de los impuestos, las aduanas y la mita minera. En parte, como veremos adelante, la radicalización del movimiento y la muerte de un gran número de españoles, criollos y curas por parte de los rebeldes fue debido a este doble discurso y a la falta de una línea de acción consecuente por parte de José Gabriel.
PROGRAMA Y ORGANIZACIÓN DE LA REBELION
El discurso rebelde fue muy diverso y sus reivindicaciones contradictorias. Al tratar de aglutinar diversos sectores sociales como criollos y mestizos terratenientes, hacendados y comerciantes, con indígenas tributarios y mitayos, terminó olvidando pedidos básicos y evidentes a favor de los indígenas, como lo fue el tributo, la tenencia de la tierra y las formas de prestación laboral. En cambio, su programa reivindicatorio destinado a las elites era bastante completo, tomando en cuenta que la mayoría de esos pedidos le favorecían, como los relacionados a la alcabala, aduanas, cargos públicos y la supresión de la mita y los repartos.Esta actitud dubitativa del líder del movimiento provocó que no muchos curacas no se plegaran al movimiento, en parte al no compartir los intereses del grupo económico que representaba José Gabriel Condorcanqui y por una serie de alianzas coloniales que ya mencionamos al ver la rebelión de Juan Santos Atahualpa. Posteriormente, el triunfo inicial en Sangarará llevó a la exacerbación de las masas del movimiento, atentando en muchas ocasiones contra los intereses de los criollos o de las elites mestizas e indígenas, dejando de lado a una serie de potenciales aliados. La violencia de la rebelión en muchas ocasiones no diferenció a los aliados, sino siguió un patrón étnico, ya que los blancos en su mayoría eran los que representaban el poder colonial. Dentro de las ideas de los líderes de la rebelión estaba romper vínculos con España, mas no realizar cambios estructurales en la jerarquía social colonial, elemento que se repitió en las guerras de independencia locales.
Túpac Amaru organizó su rebelión de acuerdo a las tradiciones andinas coloniales. En ese sentido, el sistema de parentesco jugó un papel vital en la organización de la rebelión, ocupando los familiares de los líderes los puestos más importantes. Además de sus parientes, José Gabriel logró establecer alianzas con curacas, hacendados, escribanos, comerciantes, artesanos, obrajeros, arrieros y algunos curas, además de una serie de criollos limeños que nunca fueron delatados por el líder del movimiento.
La jerarquía interna de la rebelión también respondió a los patrones coloniales, pues los cargos más altos tanto militares como estratégicos fueron ocupados por mestizos, curacas o criollos. En muy pocas ocasiones indios del común tuvieron bajo su cargo a tropas, y en ningún caso los negros.
DESARROLLO DE LA GRAN REBELION
Después de su visita a Lima, José Gabriel regresó frustrado a Tinta donde empezó a organizar la rebelión, la cual estalló el 4 de noviembre de 1780 día del cumpleaños del rey Carlos III. Los rebeldes tomaron preso a Antonio de Arriaga, corregidor de Tinta, odiado por sus abusos y maltratos, y quien fue ejecutado el 10 de noviembre en ceremonia pública luego de un juicio sumario. El primer grito de guerra de Túpac Amaru II no fue muy diferente al de otras rebeliones de la época: "viva el Rey, muera el mal gobierno", dejando en claro que su lucha era contra los funcionarios coloniales subordinados que contravenían las órdenes del rey y sacaban provecho a costa del sufrimiento de los indios, pero no contra la autoridad real. Hasta entonces el levantamiento de Túpac Amaru II no se diferenciaba en mucho de otros anteriores, pues aún respetaba las reglas del juego colonial y pedía reivindicaciones puntuales de acorde a sus intereses de grupo.El 16 de noviembre Túpac Amaru declaró la abolición de la esclavitud, sin muchos resultados favorables debido a la poca población esclava de la sierra. El 18 de noviembre tuvo lugar el primer enfrentamiento entre las tropas rebeldes y los españoles en Sangarará, donde la victoria de los alzados fue clara. Murieron 576 personas entre criollos y mujeres que se habían refugiado en una iglesia, acción que fue aprovechada por las autoridades coloniales para difundir el carácter violento y anticriollo de la rebelión, reduciéndolo a una guerra de castas. Esto a la postre afectaría en el poco apoyo que los criollos, mestizos y hasta nobles indígenas dieron a la rebelión, además de otros factores como las alianzas locales que dividieron a la elite indígena, siendo más la que apoyó a la represión española. Por otra parte también demostró que la rebelión no podía controlar a un contingente más radical conformado principalmente por indígenas que vieron en la rebelión el fin de siglos de explotación y de maltratos.
EL CERCO DE CUSCO Y LAS DERROTAS REBELDES
Luego de la victoria de Sangarará, un contingente se dirigió a Tinta para reunir refuerzos y otro liderado por Túpac Amaru II se dirigió a la zona de Titicaca para difundir la rebelión en el altiplano. Quizá el principal error táctico de Túpac Amaru da lugar en ese instante en que se aleja del Cusco en vez de tomar la que fue la ciudad imperial de los Incas. El Cusco no había logrado organizar una defensa adecuada debido a lo rápido que los rebeldes habían logrado organizar un gran contingente de personas y era presa fácil de una invasión. El 9 de diciembre los rebeldes tomaron Lampa y el 13 Azángaro, y para fines de mes ya se había propagado por Moquegua, Tacna, Arequipa y Arica, mientras que algunos poblados cuzqueños se plegaban al movimiento. Recién los rebeldes asediaron la ciudad el 28 de diciembre, momento en el cual ya se había organizado una defensa no sólo de las huestes españolas sino también de indígenas liderados por Mateo Pumacahua, curaca rival de José Gabriel Condorcanqui. De todas maneras, los seis mil hombres comandados por Túpac Amaru II hubieran podido atacar la ciudad, pero el líder del movimiento prefirió negociar una rendición de la ciudad a cambio de proteger los intereses de los criollos. El fracaso de la toma de la ciudad del Cusco significó el punto crítico de la rebelión, pues dio tiempo para que las tropas españolas se reorganizaran y fortalecieran, mientras que el movimiento rebelde no volvió a conseguir ninguna victoria de envergadura.El 23 de febrero el visitador Areche llegó a la ciudad del Cusco con más de 17 mil soldados, además de una gran cantidad de indígenas y curacas que se habían plegado al movimiento. En marzo se inició la contraofensiva realista, liderada por Mateo Pumacahua quien venció a los rebeldes en Llocllora y en Mitamita a inicios de abril. Finalmente, el 5 de abril de 1781 fue capturado junto a sus familiares y principales líderes del movimiento. El 18 de mayo José Gabriel Condorcanqui fue ejecutado en la plaza del Cusco junto a su esposa Micaela Bastidas, quien tuvo un importante papel en la organización del movimiento, a sus hijos, otros familiares y colaboradores más cercanos.
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